Sabemos que el hombre debería rendirse ante la magnitud de lo Divino, en gratitud y entrega. Mucho le sería dado si así procediera, reconociendo su verdadera condición y reverenciando los estados de consciencia más elevados. El magnífico impulso que conduce a la manifestación de la vida es dotado, en su grandeza, de tal capacidad de absorción, que en él, todos los seres donados se disuelven y se elevan, conducidos por una energía que ni ellos mismos saben de dónde vino. Solo se callan y, a esas sublimes manos, se entregan por entero.

La reverencia es la victoria de una batalla sin lucha, batalla en la que aún antes de un ataque, el enemigo se rinde. La reverencia está en la planta que se curva al viento, en la luz de las estrellas que se apagan ante el brillo del sol, en la tierra que se transforma en lecho para acoger al río, y en el río que se moldea al camino que el suelo le ofrece. Está en el nacimiento que trae una nueva oportunidad y en la muerte que anuncia un nacer más profundo. Está en el silencio de los que pudieron llegar a Dios, Fuente de todo conocimiento.

La vida, como sabemos, no es accidental. Surge de la reverencia de todo el Cosmos ante la Luz Creadora, que es Dios. Para que la comprensión de verdades sutiles pueda llegar hasta nosotros, la mente debe estar tranquila, pues cuando hay simplicidad, la verdad se aproxima. En la simplicidad conoceremos la esencia de todas las cosas; en la búsqueda minuciosa, las perderemos todas. La verdad no se encuentra, la verdad Es.

La gratitud es el faro que permite divisar diferentes rumbos, aún en momentos de crisis. Sin embargo, la luz visible no atraviesa paredes y sin, aberturas; ella no se deja percibir. Por lo tanto, es necesario gratitud y apertura, pues el conocimiento interno no está escrito sobre garabatos de conceptos antiguos, sino sobre hojas en blanco, vírgenes, nunca antes manipuladas. De este modo, el ser se ofrece a lo interno.

Sin gratitud, el hombre ni siquiera percibe las dádivas que la vida le trae; no comprende el mensaje que los rayos de sol buscan transmitirle cuando doran el horizonte. Tampoco entiende el canto de los pájaros, llamándolo a compartir la alegría que el Universo le concede a todos los seres. Siente el perfume de una flor, pero no penetra en la esencia del aroma oriundo de los jardines de los mundos internos.

Sin gratitud, aunque él viva internamente en un Reino Superior, solo ve elementos materiales a su alrededor. Estando inmerso en la plenitud de la Existencia, se limita a su temporalidad. Sin embargo, ¿cómo mostrarle los colores a los que no pueden ver? El milagro de la vida interior es estar presente, aun cuando el mundo externo se ahogue en torbellinos de conflictos. Ella prevalece y se reafirma como infinita e inextinguible, y sin que su chispa caliente la materia, nada existiría. Aunque imperceptible, arde en lo íntimo de todas las cosas.

La acción inarmónica de los hombres no hace desaparecer esa vida interior. Nubes oscuras no pueden ocultarla, ni el continuo rechazo de su presencia puede hacerla desistir de donarse, pues es la única verdad, el único por qué, el único sentido. Es poder cuando los hombres flaquean, es suavidad cuando les falta dulzura; es sabiduría, cuando no saben cómo conducirse; es amor, cuando tienden a ceder a la ira; es luz, cuando se encuentran en la oscuridad. En ella están todas las cualidades y tesoros, en ella todo se inicia y a ella todo se destina.

Artículo de referencia: Periódico O Tempo, del 14/ ago/ 2016
Nombre del artículo: La elevación del ser por medio de la gratitud y de la reverencia a lo Divino.
Audio de la Irdin: http://www.irdin.org.br/site/produto/conversas-com-trigueirinho-no-613-2/