Muchos venezolanos siguen abandonando su país como pueden. Buscan escapar de una inflación galopante, de la escasez de alimentos, de la falta de trabajo y de medicamentos. Una gran parte lo hace por Colombia. A pie, por falta de dinero, incluso para un boleto de ómnibus. Llegan a la frontera caminando y al cruzarla, siguen viaje de la misma manera. Exhaustos, con el estómago vacío y con el calzado que disponen.

Ya en territorio colombiano, la mayoría comienza la travesía en la nororiental ciudad de Cúcuta. Seguir adelante significa subir de una altitud promedio de 300 metros (Cúcuta) hasta los 4.300 metros, la altura máxima del Páramo de Berlín, ubicado en los Andes colombianos, a 145 kilómetros de la frontera. Es el paso más difícil, por la altura y sus gélidas temperaturas nocturnas, para llegar a Bogotá, la capital colombiana, a 556 kilómetros del punto de partida.

Esa fue la dura realidad con la que se encontraron los misioneros de la Fraternidade – Federación Humanitaria Internacional (FFHI), en el marco de la Misión Colombia Humanitaria, durante el primer contacto con los caminantes, grupos de migrantes venezolanos que se embarcan en esta desesperada aventura por carreteras montañosas no diseñadas para esta forma de viaje.

Corazón a corazón

Los misioneros humanitarios, asentados en Cúcuta, se trasladaron el domingo 14 de octubre hasta Pamplona, distante 75 kilómetros hacia el sur. En ese lugar asistieron, a la vera del camino, a unos 60 caminantes. Ofrecieron sopa caliente, agua, apoyo emocional y primeros auxilios.

“Encontramos a muchos con ampollas y heridas en los pies, debido a la prolongada caminata y a la falta de calzados adecuados”, comenzó relatando Fray José de Arimatea, monje de la Orden Gracia Misericordia y médico, uno de los integrantes de la Misión Colombia Humanitaria. “Algunos se encontraban con muchas dificultades para seguir caminando, sufrían descompensaciones y fatiga físico-muscular. Por relatos, nos enteramos de casos de hipotermia y del mal de altura”, prosiguió el profesional.

Destacó también que el desamparo de atención médica aumenta a medida que los migrantes suben las montañas, porque van quedando cada vez más lejos de las villas y poblados.

Apoyo emocional

“Pudimos curar muchas heridas en los pies. También pudimos ofrecer apoyo para la parte emocional, que obviamente está muy afectada, por las condiciones en las que tienen que salir de su país: sin destino cierto, sin dinero, sin comida. Tratamos de acogerlos, de renovarles la fe y el coraje, para que puedan seguir caminando y llegar a destino”, contó Imer, otro de los pioneros de la Misión Colombia Humanitaria.

“Ellos se lanzan a esa larga caminata sin ninguna protección para los pies ni para el frío, que los sorprende a mitad de camino, con temperaturas de 0° al caer la tarde. Son como 300 a 400 personas las que diariamente hacen el trayecto. Llevamos comida y botiquín de primeros auxilios para asistirlos”, prosiguió el misionero.

“Me impactó verlos sufrir tanto, caminando con los pies hinchados, subiendo la cuesta con maletas en la cabeza y en la espalda. Cansados y con la moral por el piso. Y luego de lo poco que pudimos entregarles, verlos partir con una sonrisa, me llenó el corazón de alegría y de amor”, comentó José Luis Fuentes, otro de los voluntarios.

Actividades con niños

En paralelo a la tarea de apoyo a los caminantes, otros integrantes de la Misión Colombia Humanitaria prosiguieron las actividades desarrolladas con los niños atendidos por el padre Francesco, religioso católico de la Congregación Scalabriniana, en la parroquia La Dolorosa.

La Misión Colombia Humanitaria es el segundo emprendimiento de la Fraternidade – Federación Humanitaria Internacional, junto con la Misión Roraima Humanitaria, que busca auxiliar la crisis migratoria venezolana. Se inició el pasado 11 de octubre, con la intención de convertirse en otro espacio permanente de ayuda, para el alivio del dolor. Para eso necesita del apoyo de todos. Súmese a esta campaña de amor.

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