La Fraternidad- Humanitaria (FFHI) promueve curso de fotografía para jóvenes indígenas refugiados en Roraima
Como es bien sabido, vivir una situación de desplazamiento forzado es una experiencia, cuando menos, traumática. Cuando este desplazamiento implica la migración a un país extranjero con otra cultura y otro idioma, la intensidad del efecto de la experiencia aumenta mucho. Cuando agregamos el factor de una migración de pueblos indígenas a un país extranjero, comenzamos a componer un cuadro aún más complejo.
Tan complejo es que, en Roraima, por primera vez en la historia, existe una respuesta humanitaria desafiante que implica el alojamiento de grupos indígenas de diferentes etnias en refugios sostenidos por una cooperación interinstitucional. A la Fraternidad – Federación Humanitaria Internacional (FFHI) le cabe asumir la responsabilidad de este desafío y administrar los dos refugios indígenas existentes, Janokoida en Pacaraima y Pintolândia en Boa vista, en asociación con el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y bajo los protocolos de la Operación Acogida, un grupo de trabajo gubernamental que organiza las actividades de más de 100 trabajadores humanitarios.
Si el escenario presentado parecía bastante complejo y desafiante, una particularidad más torna a algunos componentes de estos grupos una minoría aún más vulnerable: la adolescencia. La edad a la que se mueve todo un universo dentro de cada ser, sacando a la luz una serie de conflictos, y en los que se pasa por un desarrollo físico, emocional y mental, en los que se busca la adaptación a la vida adulta y a la sociedad, se vuelve aún más difícil transitar por la experiencia siendo un indígena venezolano que vive en un albergue para refugiados en Brasil.
Atender la demanda de nutrir con aliento de vida estos corazones, fragilizados por tantas situaciones-límite concomitantes, ha sido siempre una de las propuestas –del Sector Arte Humanitario-Educación en Emergencias de la Fraternidad (FFHI), que viene desarrollando variadas actividades con menores de diferentes grupos atareos en los albergues en los que operan, como música, pintura, teatro, deporte, recreación, siempre enfocados en despertar la resiliencia y rescatar la dignidad.
En el caso concreto de los adolescentes, recientemente se vivió una experiencia innovadora en el Abrigo Pintolândia, que tuvo resultados muy positivos desde diferentes perspectivas: un curso de arte y fotografía de un mes, impartido por Celita Schneider, fotógrafa profesional y colaboradora voluntaria de la Fraternidad – Humanitaria (FFHI), y Frei Ezequiel, misionero activo en el Sector de Comunicación de la institución y monje de la Orden Gracia Misericordia. El curso culminó con la exposición “El arte de fotografiar”, compuesta por fotos de los nueve participantes del curso – o, podemos decir, de nueve artistas jóvenes, dada la calidad del resultado final presentado a la comunidad.
Hablando de la motivación para realizar el curso y el público involucrado, fray Ezequiel nos dice que “ellos tienen una gran vulnerabilidad, porque tienen tendencia a estar todo el tiempo con sus celulares, los que los tienen, o involucrarse con el alcohol, con las drogas … están en ese punto donde no tienen un horizonte, por así decirlo ”. Relata que, durante las clases, los jóvenes mostraron un gran interés, ya que les atrae mucho la fotografía, las artes audiovisuales y que “naturalmente, tienen una mirada artística”.
Respecto al impacto del curso en la rutina diaria del albergue y la transformación que puede operar en las relaciones interpersonales, Marcos Neves, colaborador de la Fraternidad – Humanitaria (FFHI) en el rol de oficial de participación comunitaria del albergue, expresa que “sin duda, este proyecto trajo una mejora en las relaciones familiares, ya que muchos de estos participantes tenían cierta tensión en su núcleo familiar, y con esta perspectiva, mostrando su punto de vista, estas relaciones sociales se estaban distendiendo ”.
Para muchos de los participantes, este curso fue mucho más allá del simple conocimiento de las técnicas fotográficas. Fue el destrabar de nuevos lugares en el campo de las emociones, fue la manera de superar los límites impuestos por la condición en la que viven, fue el amanecer de un sentimiento de esperanza por un futuro mejor. Glennysmar, una de las participantes del curso, evidenciando-confesando?? su nerviosismo durante la exposición, montada con las fotos en tamaño 60x90cm, además de una breve biografía de cada artista, dice: “Nunca pensé que haría este tipo de exposición, porque en verdad, lamentablemente , pensé que no podía, pero gracias a este curso sí pude ”.
Sobre esta superación, Celita, que trabaja con fotografía hace 12 años y ya ha realizado trabajos voluntarios en África antes de colaborar con la Fraternidad – Humanitaria (FFHI) en Roraima, hace la siguiente reflexión: “devolver el sueño, la esperanza de soñar a alguien, somos un instrumento para que esto realmente suceda”. Para ella, que conoce el potencial transformador del arte, esta fue la primera experiencia de impartir un curso de fotografía: “creer en el prójimo, con seguridad, es la parte más gratificante; saber que cuando crees en los demás, ellos realmente creen en sí mismos también”.
Sobre los trabajos presentados en la exposición, organizados con mucho cariño y cuidado en cada detalle por los docentes y participantes del curso, se puede decir que fueron portadores de una profundidad que conmovió a muchos de los que prestigiaron el evento. Abordar temas como la rutina del albergue, a través de la comida tradicional y la artesanía; o por la mezcla de elementos culturales indígenas y no indígenas, como la foto de un avión en pleno vuelo llamado “Pájaro de Fuego”; o incluso mostrando una “Mirada de Esperanza” captada en un niño con pocos meses de vida; o incluso en la abstracción engendrada con elementos de la naturaleza, cada fotografía revelaba la singularidad de un mundo interno rico en creatividad y sensibilidad.
Para la comunidad del albergue Pintolândia, tan acostumbrada a las cámaras y los “clicks” de las distintas agencias que trabajan en el albergue y que dan a conocer al público la realidad de lo que está sucediendo en esta crisis migratoria, hubo una ruptura de paradigma en relación a la fotografía. Hasta entonces, los grupos que viven en el refugio siempre eran el foco de las lentes que pasaban por allí, lo que, en ocasiones, incluso generaba cuestionamientos sobre el destino de tantos registros. Sin embargo, con el curso, al verse reflejados en los 9 jóvenes pioneros que, como la punta de una lanza abrieron el camino a nuevas perspectivas, el sesgo colectivo hacia el Arte de Fotografiar se transformó, porque por primera vez, como grupo, sintieron la magia de estar detrás de la cámara y eternizar la belleza de un instante.
Testimonio de Ana Paula Nóbrega da Fonte, quien en el momento del curso era colaboradora de la Fraternidad – Humanitaria como coordinadora del refugio:
El taller «El Arte de Fotografiar» supuso un hito en la vida de los jóvenes de Abrigo Pintolândia.
Durante los cuatro meses que estuve a cargo de la gestión del albergue, escuché a adolescentes quejarse varias veces por la falta de perspectiva sobre el futuro y de oportunidades, para algunos una experiencia que ha durado casi cuatro años, tiempo desde que llegaron a Brasil y entraron al refugio con sus familias. A menudo, estos jóvenes venían a mí y a otros miembros del personal para conversar unos minutos, durante los cuales nos llenaban de preguntas, con ojos curiosos, queriendo entender en qué consistía nuestro trabajo.
Un día uno de estos chicos me dijo que lo único que quería era poder tener la oportunidad estudiar, aprender una profesión, para que un día, quién sabe, pudiera ser como yo, en una mesa, en una habitación con aire acondicionado …
Allí comprendí cuánto, en el universo restringido del refugio, nos observan y toman como ejemplo, y cuánto observan las pocas oportunidades de estudio y aprendizaje como los únicos puentes posibles para un futuro más digno y menos sufrido. También dijo que los jóvenes eran el único grupo de edad en el refugio para el cual nadie había pensado en nada. Que había actividades con niños y adolescentes hasta un determinado grupo de edad, pero cuando la superaban eran olvidados por todas las instituciones. Me fui a casa con gran pesar, digiriendo esas palabras. Al día siguiente, durante la reunión de coordinación semanal, se puntualizó el tema de la excesiva presencia de adolescentes y jóvenes dentro de los contenedores de coordinación y protección durante la jornada laboral. Fue una oportunidad para exponer la situación vivida por ellos, que cobró voz en las palabras del valiente niño, que rompió el silencio de algo sumamente incómodo para él y sus compañeros y que en ese momento fue puesto providencialmente en una reunión de coordinación. Se nos informó del interés y de la posibilidad del equipo de comunicación de realizar algunos cursos en el área audiovisual, por la que la juventud del refugio muestra un interés casi unánime, por el diálogo con los medios digitales y todos sus recursos, un gran atractivo para este público.
Con el Universo a favor de las buenas ideas, en unas semanas allí Frei Ezequiel y Celita se encontraban con un pequeño pero representativo grupo de jóvenes de Abrigo Pintolândia (seleccionados por sus líderes como los que tenían más potencial y necesidad de desarrollar alguna actividad artística), dos veces por semana, para clases teóricas y ejercicios prácticos en fotografía básica, cuyo bello resultado se expuso en un evento realizado el 9 de octubre, en alusión al Día del Niño y al Día de la Resistencia Indígena en Venezuela (ambos celebrados el 12 de octubre).
Los relatos de los padres, educadores y de la comunidad en general sobre el cambio de comportamiento de estos adolescentes luego del curso fueron impresionantes, y nos dan la certeza de que este trabajo debe continuar, ya que brinda a los jóvenes indígenas una nueva perspectiva en su mirada sobe el mundo que los rodea, pero también sobre el futuro que les espera.