Si recorremos lugares que antiguamente fueron habitados por pueblos originarios, nos puede haber llamado la atención muros hechos de piedra que recorren kilómetros de campos y cerros sin ningún tipo de cemento o mezcla que las una pero que, sin embargo, están firmes después de haber sido construidos siglos atrás. 

Este tipo de muros se los conoce como “pircas” y proviene de la palabra “perqa” en el idioma quechua que significa “pared”. Cabe destacar que cuando la construcción es más baja y menos firme, que sólo sirve para delimitar espacios o contener ganado, se la llama “cancha”.

En la Comunidad-Luz de la Hermandad, afiliada a la Fraternidad – Federación Humanitaria Internacional(FFHI), en Córdoba, Argentina, las piedras son abundantes y se ven por la zona “canchas” construidas por los nativos en la antigüedad.

Evaristo Pfuturi Consa, descendiente del pueblo Inca del Perú y actualmente miembro estable de la Comunidad-Luz, nos cuenta la historia de este tipo de construcciones y porque surgió el impulso de aplicarlas en algunos espacios de la Comunidad-Luz.

Desde niños, a los nativos de Perú se les enseña a hacer “canchas” para el ganado o pequeñas “perqas” para protegerse del viento o de la lluvia, por lo que armarlas es algo muy natural y parte de su cultura. Su técnica se aprende en la práctica. Evaristo comenta que originariamente los nativos construían las “perqas” por dos motivos principales: para terrazas de cultivo y para proteger los caminos por lo que es común ver en Cusco caminos firmes que fueron construidos hace más de 500 años, lo que demuestra que esta técnica esforzada pero simple tiene un resultado duradero. 

En Perú, la forma de las piedras con las que se construían estos muros son diferentes a las que existen en la zona de las sierras de Córdoba, por lo que fue más dificultoso realizar el trabajo con piedras más redondeadas. Sin embargo, se siguió adelante con los recursos que el entorno ofertaba sabiendo también que traería varios beneficios incluyendo la retención del agua, en el caso de los cultivos, y la protección, en el caso de los caminos.

El primer motivo por el cual se comenzaron a realizar pircas en la Comunidad-Luz  fue la necesidad de armonizar los espacios de la huerta del área llamada “Hermandad 1”. Al desmontar un espacio para hacer un jardín con plantas medicinales surgieron muchas piedras, por lo que se comenzaron a armar con ellas tres terrazas donde, en un futuro, se plantarán especies medicinales nativas. 

Luego de esta iniciativa, se comenzaron a realizar pequeñas pircas para aportar armonía a otros espacios y caminos del área. El mayor impulso se dio en una pendiente donde estaba ubicada la huerta y donde se creó un pequeño espacio llamado “Bosque del Aguaribay”. Evaristo nos cuenta que al comienzo se le solicitó hacer algo pequeño, pero percibió que debería colocar más esfuerzo en realizar algo mayor para que sea duradero por lo que se dispuso realizar la tarea más ampliamente. Al llegar a la mitad del trabajo, la Comunidad percibió indudablemente que debía seguir adelante a esa escala ya que el espacio iba cambiando de forma visible, trayendo belleza, armonía e invitaba a las personas a frecuentar más el lugar.

“La experiencia fue interesante porque se sabía que este trabajo era bien fuerte, no es un trabajo que cualquier persona puede realizar. En realidad no es una tarea de fuerza, aunque aparenta ser solo eso. Este trabajo me sirvió de ayuda porque había que poner más corazón”, comparte Evaristo. 

Al final, a través de esta experiencia que comenzó como una simple oferta, se rescataron técnicas ancestrales y milenarias. Percibimos que a través del esfuerzo se pueden crear cosas bellas, armónicas y que pueden perpetuarse en el tiempo utilizando solo lo que el entorno nos oferta, en este caso las piedras del reino mineral, sin utilización de productos artificiales.

La aspiración es seguir aplicando esta técnica en muchos espacios más, en agradecimiento por percibir y compartir, en las cosas sencillas, grandes enseñanzas.