Para el Parque San Francisco de Asís, el domingo es un día como los otros, excepto por la presencia de personas que hicieron del paseo un servicio a los Reinos de la Naturaleza.

Sabemos que el día a día de los animales difiere de los humanos, donde los sábados y domingos se reservan a las actividades menos intensas que en el resto de la semana. Para los animales, los días son iguales: dormir, despertar, comer, defecar, moverse, cada cual con sus peculiaridades y sensibilidad (o sea, son capaces de sentir sensaciones y sentimientos de forma consciente, así como los humanos).

En la perrera de la Sociedad Lavrense de Protección a los Animales, conocido como Parque Francisco de Asís, las centenas de perros reciben atención especial, principalmente los fines de semana, cuando las funcionarias responsables de ellos están ausentes, en sus descansos semanales. Son entonces cuidados, entretenidos con bromas y ejercicios dados por los voluntarios, amantes de animales, mimados por curiosos, atendidos por terapeutas ocasionales. Una alegría para ellos, los perros, que consideran a los seres humanos como si fueran sus «dioses».

Un local especial

De autostop o con sus propios vehículos, los voluntarios van llegando al Parque. Los cientos de perros lo anuncian. Los pájaros también se sorprenden con el vocerío animado que se acerca. La gente se va encantando con el lugar: esperaban encontrar una perrera de colores grisáceos y perros tristes, abandonados a su suerte.

«¡Cuántas flores! Mira: áreas de ocio para que los perros puedan correr. ¡Tiene hasta plátanos, moreras! ¡Vea, una planta! Los desechos de los perros son tratados y llegan al arroyo sin contaminar!», dice la visitante. «No es porque sí que la perrera se llama parque», responde una colaboradora frecuente. «Es parque todo el conjunto: recuperamos el área entera con agroforestación, tratamiento de los desechos y aguas sanitarias, plantación de jardines ornamentales. Aquí todos se sienten en armonía con la naturaleza. Nuestras comidas son libres de sufrimiento de los animales, son alimentos vegetarianos», complementa.

Caminos diferentes

Carol, una joven voluntaria, llegó al Parque a través de una actividad de un grupo juvenil. Conoció, se enamoró de los perros e hizo de los domingos un día especial: colabora en los tratamientos de salud e higiene de los animales.

Una pareja de Uberlandia viene varios domingos por mes. Comenzó a través de ella, que se sintió atraída por el almuerzo vegetariano que se sirve a los voluntarios. Enseguida el marido la quiso acompañar. Ahora son los dos quienes llegan temprano y asumen la limpieza de los recintos de los perros.

Elvira «cayó de paracaidista», como ella misma dijo. «Un día, sin nada para hacer, decidí venir a la perrera. Un poco tímida, vi lo que los demás hacían e intenté hacer igual. Estoy aquí hace algunos años, ayudando también a llevar a los perros a la plaza, para  adopción. Es algo maravilloso estar en ese servicio altruista», continúa.

El grupo de Figueira, comunidade conectada a las enseñanzas de Trigueirinho, en Carmo da Cachoeira, es asiduo. Todos los domingos está comprometido en el «servicio abnegado a los Reinos de la Naturaleza», como dicen. Ayudan en la limpieza, en el cuidado de las plantas, en la preparación de la comida para los voluntarios, en la armonización del ambiente, entre otras tareas.

El Parque

La historia del Parque se cuenta, en detalles, en el libro Vivir el Amor a los Perros, de Ana Regina Nogueira, publicado por la Editora Irdin. Emocionante e inspirador, se completa cuando experimentamos el contacto presencial en la perrera.

El servicio voluntario está abierto a todas las personas que quieran interactuar con los Reinos de la Naturaleza: servicios con la tierra, con las plantas, con los animales, con las comidas de los humanos.