Diecisiete años después del fin de la guerra de casi tres décadas que devastó e país, Angola aún intenta curar las heridas causadas por los antiguos conflictos internos, muchas no cicatrizadas, La desigualdad social está muy marcada en el país africano y la población sufre  la  falta de cuidados sociales básicos, en las áreas de salud, alimentación saneamiento, educación, habitacional, seguridad y oportunidades de empleo.

La guerra civil causó una crisis humanitaria sin precedentes con el traslado interno de más de cuatro millones de angolanos, que huyeron principalmente de las zonas rurales buscando alguna esperanza de supervivencia en los centros urbanos. En la periferia de Luanda, capital y la ciudad más grande de Angola, es posible comprobar el triste legado dejado por la guerra.

En este escenario el equipo de la 22.ª misión Humanitaria de la Fraternidade. Misiones Humanitarias Internacionales (FMHI) inicia la segunda parte de su  actuación, que comenzó en el  Líbano el 22 de mayo. En Luanda desde el 16 de junio, el equipo de la Fraternidade tiene como misión ayudar a la  Obra de Caridad de la Infancia Santa Isabel, una organización fundada oficialmente en 2012 para ayudar a familias de bajos  recursos, especialmente, de las enormes comunidades de Cazenga e Viana, suburbios pobres de la  capital angolana.

“La miseria es aparente aquí y todo es muy precario. Hay un exceso de gente, en las ciudades, que sufre con problemas de abastecimiento de agua y energía, alto índice de desnutrición, principalmente de niños, muchos abandonados, además de  otras penurias. Todavía se pueden ver las marcas y el dolor causados por la  guerra en las expresiones de los adultos y jóvenes, en la mirada de ellos. Los niños mientras tanto, son más leves, alegres, pues no vivieron los horrores de la guerra, aunque tienen muchas carencias”, dice Rosi Freitas, coordinadora de la 22.ª misión.

Obra de Caridad de la Infancia Santa Isabel

En los primeros días de actividades en el orfelinato la  Obra de Caridad de la Infancia Santa Isabel, el equipo de la Fraternidade ya hizo de todo un poco para ayudar a la institución. No faltaron juegos con los niños y preadolescentes —son 120 con edad hasta 18 años— y talleres recreativos, donde se enseñó a los pequeños la confección de piezas artesanales, como angelitos, que ya habían tenido mucho éxito con los niños refugiados sirios del orfelinato libanés en el que el equipó trabajó.

Pero también clases de refuerzo escolar y participación del equipo de la Fraternidade en los programas de alfabetización de Santa Isabel, además de mucho trabajo de mantenimiento, como pintura de parte de las instalaciones. Con dentistas en el equipo, la  Fraternidade también pido  llevar asistencia odontológica a los pequeños de la institución realizando procedimientos como tratamiento de caries, limpieza y extracciones de dientes que ya se encontraban flojos.

“Estos niños son impresionantes. No no dan importancia a los  juguetes que reciben, por ejemplo. Prefieren el contacto con el  prójimo; tienen esa carencia porque vivieron historias difíciles. Y cada una, a su manera, adoptó a uno de nosotros. Son niños llenos de esperanza, que tienen una formación diferente debido a  que viven en la Casa Santa Isabel. Aprendieron a vivir en grupo, a compartir y cuidar unos de otros. Conocen el  sentido de la hermandad”, afirma Rosi.